Yo tengo dos amigas. Buena gente las dos.
Pero una no ha sabido ponerse un límite y a la otra le ha costado reaccionar friamente.
Yo comprendo dónde ha desembocado la situación, porqué el ambiente tenía unas características complejas.
Y la inercia derrotista de una y el apagón neuronal de la otra, las ha llevado dónde ahora están.
Y repito que son buena gente.
Pero por eso, quizás, más duele.
Tengo huellas todavía de aquel día.
O noche, mejor dicho, porqué las cosas malas casi siempre pasan de noche, igual que las buenas.
La noche tiene esa magia.
Y las huellas revelan que poco a poco la herida cicatriza, como todas.
Pero a poco que se le vierta una diminuta cantidad de sal, puede que escueza.
Yo, que le tengo aprecio, a mis dos amigas, les pido que midan sus pasos.
Bueno, a una que mida sus pasos y a la otra que mida sus reacciones.
Que ni se pueden ir cosiendo los hachazos que uno va dando, con palabras ni se puede tumbar un castillo de naipes por una carta mal puesta.
Yo, que aveces pienso que vengo de vuelta, me doy cuenta de que carezco de grandes consejos.
Pero tu, a falta de pan, buenas son tortas.
Así que sólo espero que las dos sepan domar este pura sangre desbocado que ha asaltado su amistad, y que le pongan algo de sentido común.
El que faltó el otro día.
Ya sé que te va a resultar difícil a ti, y también a tí, que piensas que en la misma situación huberas reaccionado de forma distinta.
Pero chicas, lo pasado, pasado está.
Hay que buscar parches para las heridas.
Y sólo los fabrican en vuestro interior.
Cuidaros