lunes, 29 de enero de 2007

Viaje sentimental a la infancia


No iba de luto. No aunque la situación realmente lo mereciese. Recuerdo además, que estaba en total desacuerdo con el tipo de sepultura que se le dio. Con ocho años ya era consciente del camino que separa la vida y la muerte. Aún así, andaba en aquellos momentos preguntándome si debía echarle un último vistazo, una mirada de despedida, o bien, si debía quedarme con su imagen en vida. Tras unos segundos de angustiosa duda, decidí poner por última ocasión mis ojos sobre su cuerpo inherte.
Fue un intenso escalofrío el que recorrió mi cuerpo. Fue un escalofrío que se abrazaba a mis piernas. Las hizo temblar como dos terremotos sacudiendo cualquier ciudad desprotegida. No podía defenderme. No podía. Quería acercame un poco más, me lo pedían las piernas. Pero ellas mismas sabían que no podían. Definitivamente no podían. Cerré con fuerza los ojos durante unos eternos y angustiosos segundos y al abrirlos seguía allí. Me fijé en su estado y reparé en que había menguado bastante. No se parecía en casi nada a aquél con quién tantas tardes y buenos ratos compartí. Estaba totalmente desfigurado, sucio, viejo... Su final no había llegado de repente, sino que era fruto de una larga erosión. Aún así en el más cercano ocaso de su vida seguia dándolo todo a cada minuto. Todavía lo recuerdo... Me volvían a la cabeza todas aquellas tardes ¡Cuantas ilusiones! ¡Cuantos goles -y que goles-! ¡Cuanta agua de lluvia! ¡Cuantoris barro! ¡Cuantas risas! Y ¡Cuantas lágrimas!... Con todo eso rondando a su antojo por mi memoria, fui débil. De pronto me ví estirando el brazo, tratando de alcanzarlo, buscando su tacto, buscando rescatarlo de ese lúgubre lugar al que estaba ya destinado. Y de repente ¡Zas!
Un fuerte grito y oscuridad. La más rotunda y profunda oscuridad se cernió sobre él, con el eco todavía en el aire de aquel grito ensordecedor.
Me giré de sopetón y le recriminé a mi padre que lo hubiese encerrado tan pronto. Recuerdo que me dijo que llevaba ya mucho, mucho tiempo amorrado ahí y que no sabía como podía soportar ese olor tan horrible. Me dijo que la gente que me viese iba a pensar que estaba loco.
A pesar de que mi corazón me empujaba hacía otra decisión, sabía que era el momento. Había llegado. No había vuelta atrás. Nos teníamos que despedir.
Lamentaba no haber cerrado yo el contenedor. Me hubiera gustado hacerlo yo mismo. Pero no pude. Nunca hubiese podido. Era pedirme demasiado.
Y me fui alejando de él mientras pensaba ;
“En ese contenedor yacé mi primer balón”.

Autorretrato

Sé de la vida lo que me muestran los filósofos antiguos, modernos y contemporáneos. O lo que me han mostrado a lo largo de estos años de estudio.
La vida es una asignatura que se ahoga en la teoría y se te atraganta si no aprehendes bien los conceptos en las prácticas. Busco en ella la doble lectura de lo que sucede, lo que se esconde entre las líneas que adornan el papel. Y siempre ando preguntándome para qué es para lo que sirvo, cuando me doy cuenta para qué es para lo que no sirvo. A menudo me miro en el espejo del negativismo y emana una lúgrube esencia que recorre mis venas, mi opinión, mis ideas, mis letras...
Dónde acaba la esencia, aparece la pluma cómo una breve extensión de mí. Es la que refleja en el papel todo lo que me pasa por la cabeza. Todo, todo queda reflejado en un pequeño bloc de notas al que pocas veces permito una tregua. Escribir me quita el sentido. Bien o mal; la cuestión es dejar fluir con libertad a las ideas en que se desmiembra mi creatividad.
Soy constante e infrenable sólamente en todo aquello que me gusta. Soy extremista; siempre basculo de un lado al otro sin econtrar un punto de equilibrio. “Hay veces que lo bordas y veces que lo tiras por la borda”, creo que esa frase describe con acierto y critero que es lo que acontece conmigo. Soy desconfiado por naturaleza e idealista por adopción. Me asusta la gente, me provocan respeto las personas. No suelo dejarme llevar, me gusta sentirme parte del otro lado, del que pelea a la contra. Me gusta subir el río cuando baja, me gusta esa lucha, ese romanticismo por lo complicado. No soporto las modas, las críticas sin argumentos ni las miradas por encima del hombro.
Soy una persona, poco nos separa sobre la lógica a ti y a mí. Quizás mucho nos separe sobre la genética. Quizás muchísmo sobre nuestras opniones personales. Que sea todo lo que soy, y que no sea todo lo que no soy, no significa que no pueda ser lo que no soy. A eso se le llama evolución, y las personas tanto cómo el universo en general, estamos sometidos a una constante transformación.

El miedo de lo desconocido

Estaba delante suyo.
Le provocaba.
Formaban parte de un macábro juego desafiante. Él mantenía su mirada fija en ella, y ella, inmóvil, fría, distante, se apresuraba en mostrar esa imagen mística, incógnita y muchas veces atemorizante que nos prova aquello desconocido.
Una oscuridad gélida lo envolvía todo, como manos con guantes de látex que bordean el cuello para asfixiarte lentamente. Sus ojos permanecían abiertos, de par en par, y las gotas de sudor de lanzaban como kamikazes cuesta abajo por su cara. Acercó su mano derecha y, con ella, retiró las gafas de su rostro un instante, para con la mano izquierda secarse el sudor que le empañaba la vista. Cuando hubo colocado de nuevo las gafas entre sus ojos y la realidad, la volvió a observar de abajo hasta arriba. Seguía frente a él, inmóvil, fría, distante y ahora más nítida aún. Era consciente de que ya no había vuelta atrás, y que el tiempo corría en su contra. Escuchó gritos en la oscuridad, los mismos de los que él huía. Fue en ese momento cuando se acercó al máximo a ella. Casi podía tocarla con sus pies, los había instalado apenas a un centímetro. Era increible pero el contacto aún no se había producido. Le atemorizaba lo desconocido tanto cómo todo lo que había acontecido ese noche en la mansión. Y ahora, estaba tan cerca de ella que sentía meterse en la boca del lobo, pero es que sin moverse no sólo estaba en la boca, sino que estaba ya directamente en el estómago. Levantó lentamente la mirada, recorrió una vez más su figura, desde abajo hasta arriba dónde la oscuridad no ofrecía respuesta alguna. Los gritos retumbaron de nuevo y más cerca aún. Fue la gota que colmó el vaso, fue el último argumento. Se movió al fin, y se puso sobre ella. Recorrió embriagado en pavor su cuerpo hasta llegar al final, dónde la oscuridad no ofrecía respuesta alguna. Allí, al final, volvió al principio.
Después de haber recorrido toda la oscura escalera, llegó a otra escalera más oscura aún.

Mensaje de bienvenida

Este blog nace para acercaros a aquellos que os interesen, los relatos que voy escribiendo.
Un saludo y Bienvenidos.